EL DOMINICAL
La ética y la filosofía en el salón de clases
10.03.2019 / 09:05 am
Por Miguel Ángel Polo Santillán
Doctor en Filosofía
En la hora de recreo, un grupo de alumnos se burla de un niño de otro salón y le dicen “serrano”. El niño se siente lastimado, pero es acogido por sus amigos que lo apartan del grupo agresor. Luego informan de lo ocurrido al tutor, quien conversa con el niño agredido, con todo el salón y coordina con los otros tutores para intervenir en este caso.
Todo esto es lo que los eticistas llaman “moral vivida”. Sea en el aula, en el patio, en la casa, en la calle, en la sociedad, la moral está en juego diariamente, valorando, juzgando, estimando en términos de bien y mal, justo e injusto, correcto e incorrecto, deseable o no, etc. Sin embargo, ¿solo podemos quedarnos en ese nivel moral?
Todo centro educativo, que se precie de tal, busca moralizar a los estudiantes, es decir, orientarlos acerca de lo que está bien o mal, de lo que es correcto e incorrecto. Y eso es labor de los tutores y de cursos como “Orientación del educando” o “Persona, familia y relaciones humanas”. No obstante, ¿qué puede aportar la ética filosófica a la educación de adolescente? ¿Y para qué?
La ética, como reflexión filosófica, no busca moralizar, sino hacer pensar al alumno, sobre las conductas, las expresiones, las creencias, los sentimientos morales y las normas, presentes en una determinada situación. ¿Cómo hacerlo? Analizando la moral de la época, encontrar su razón de ser o quizá, su carencia de razón, viendo el fundamento de nuestras creencias, normas y valores morales. Esto debido a que la moral, o las morales, de una época adquieren vitalidad cuando pasan por el tamiz de la crítica. Recordemos que mucho de lo que en el pasado era aceptado moralmente, no lo aceptamos ahora, pues la crítica hizo su labor. Esto no significa que la crítica siempre destruya la moral, sino busca renovar su sentido.
Los alumnos adolescentes ya tienen incorporada una moral, sea a través de su familia, amigos, colegio o medios de comunicación. Sin embargo, requieren orientación para pensar críticamente sobre su propia moral, por ejemplo, ¿por qué debo respetar al otro? ¿todas las personas son dignas de respeto? ¿qué significa el respeto? Analizando casos, el alumno puede aclarar sus razones para actuar, sabiendo por qué debe rechazar la discriminación o el racismo. Así, la clase podría ser un espacio de análisis, de pensar sobre sí mismo y sobre el mundo, siguiendo el dictum socrático: “Una vida sin indagación no es digna de ser vivida”.
¿Y esto para qué? La enseñanza de la ética puede tener tres finalidades interrelacionadas: si deseamos vivir en democracia, debemos crear ciudadanos capaces de pensar y dialogar con otros, para tomar decisiones moralmente aceptables. Así, la ética tiene un sentido político. La otra finalidad es personal, pues el individuo requiere herramientas para pensar e ir construyendo racionalmente su propia vida moral. Y ambas finalidades, orientadas por un sentido ético más amplio: aprender a reconocernos como ciudadanos del mundo, responsables por la humanidad y la naturaleza.
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