lunes, 25 de marzo de 2019

Lara Amat y León, Joan: Democracia sin ciudadanos, ciudadanos sin democracia (25/03/2019)

Publicado originariamente en LA REPÚBLICA (25/03/2013), sección La periferia es el Centrohttps://larepublica.pe/politica/1437428-democracia-ciudadanos-ciudadanos-democracia



POLÍTICA
Democracia sin ciudadanos, ciudadanos sin democracia

Escribe: Joan Lara Amat y León. Filósofo político y politólogo. Docente e investigador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Investigador de la Universitat de Barcelona (UB).

Redacción:
La República
25 Mar 2019 | 16:43 h

¿Por qué viviendo en democracia (así se denominan nuestros regímenes políticos y así lo proclaman los políticos) sin embargo vemos continuamente a los ciudadanos en las calles invocando su derecho a la protesta ante unas instituciones en las que no se sienten representados?

Para comenzar a responder, pensemos cómo la palabra “democracia” parece desgastada de tanto uso, pero sobre todo de tanto olvido, que provoca que se convierta en una metáfora con la que invocar múltiples y contrarios significados, la misma palabra para realidades políticas tan diferentes, y alejadas de su origen. Gran parte de la ciudadanía no llega a ser consciente de esa variedad de significados que oculta una batalla política y sus diferentes formas de entender lo común.

Aunque quizás debiéramos empezar por el principio. En su origen griego “democracia” designaba a un régimen político en el que los ciudadanos participaban en deliberaciones políticas y tomaban las decisiones por igual. Aristóteles añadía una importante reflexión: la democracia también era el gobierno de “los muchos”, es decir, de la clase social baja, como opuesto al gobierno de las clases altas, como representaría el gobierno de “uno” (monarquía) o el gobierno de “los pocos” (oligarquía). Es cierto que en aquella democracia ateniense quedaban excluidos de la política grandes sectores de la población: los esclavos, las mujeres y los extranjeros. No era un régimen perfecto, ni mucho menos, pero sí nos ha legado la idea valiosa de que merece la pena el autogobierno de los ciudadanos.

Para los demócratas republicanos, que recogen el legado de la democracia clásica, la democracia sigue siendo ese espacio político donde los ciudadanos se realizan, se construyen en las deliberaciones sobre lo común. Donde la libertad es la expresión de la participación en los asuntos públicos, donde se construye tanto lo público como a la propia persona. La autorrealización pasa por la participación en los asuntos públicos y no solo en los privados.

En cambio, para los demócratas elitistas, la democracia es un sistema de selección de élites, como diría Schumpeter, que buscan su legitimidad en el proceso electoral. En esta concepción prima la apelación a las pasiones frente a la razón, el mensaje publicitario frente al proyecto político, y en cada proceso electoral se rompen los récords del coste de la campaña. En esta visión de la política, las instituciones representan por sí mismas a la democracia, y los ciudadanos parecen sobrar o ser un obstáculo. Parecen decir: ¡Qué bien funcionarían las instituciones democráticas… si no fuese por los ciudadanos…!

Por las razones expuestas, el ciudadano ha de estar atento cuando un político pronuncie la palabra “democracia”, debe poder identificar a qué modelo representa: republicano o elitista. El ciudadano ha de aprender a reconocer y distinguir el acento del político que defenderá el gobierno de “uno” o de “los pocos”, de aquél que se preocupará por el gobierno de “los muchos”.

La democracia requiere necesariamente de un buen diseño institucional que sepa llevar la voz de los ciudadanos a sus representantes, pero no todo es diseño institucional, la calidad de la ciudadanía es fundamental para el funcionamiento democrático de la propia ciudadanía. Y la calidad de la ciudadanía implica aspectos económicos, sociales, políticos y culturales. Es imposible pensar en una ciudadanía de calidad con grandes diferencias sociales o sin formación y educación en los asuntos públicos, ambos elementos son necesarios para una deliberación democrática.

Los ciudadanos deben tomar la responsabilidad de su formación política y acercarse a los debates y a los medios de comunicación que informen sobre los proyectos políticos, y alejarse de aquellos medios que encuentran en la política otro espacio más para el espectáculo o el simulacro.

Tanto en Lima como en Barcelona la crisis de representatividad es un grave problema que alienta neopopulismos excluyentes que promueven el odio. Por ello, es necesario entender el divorcio entre ciudadanía e instituciones y la necesidad de una “democratización de la democracia” y de sus instituciones para que la palabra “democracia” tenga algún significado realmente democrático.

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Redacción:
La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo - Universidad Antonio Ruiz de Montoya
TEMAS: LA PERIFERIA ES EL CENTRO, DEMOCRACIA


[*] Este tema ha sido desarrollado en el reciente artículo académico:
Lara Amat y León, Joan (2018). "Las pasadas elecciones democráticas no han tenido lugar: por una democracia razonable". Cuadernos de Ética y Filosofía Política. Revista de la Asociación Peruana de Ética y Filosofía Política (ASPEFIP), n° 7, pp. 123-135.
Enlace: http://aspefip.blogspot.com/2019/02/cuadernos-de-etica-y-filosofia-politica.html

domingo, 24 de marzo de 2019

Polo Santillán, Miguel Ángel: ¿Todavía puede un Estado ser moral? (24/03/2019)


¿Todavía puede un Estado ser moral?
Miguel Ángel Polo Santillán

La pregunta no es ociosa, pues los Estados actuales frecuentemente no cumplen con sus promesas, nos envían a la guerra, cobran más impuestos a los de abajo que a los de arriba, agreden y matan a los que salen a protestar por sus derechos, desatienden a los más pobres, no sancionan a los ricos que infringen la ley, nos ocultan información o nos mienten, recortan nuestras libertades, hacen mal uso de nuestros impuestos, maltratan a los ancianos y enfermos, etc. Y todos reconocemos que eso es inmoral. ¿Puede ser moral el estado actual?
En la antigüedad, tanto el pensamiento político griego como chino tuvieron la intención de moralizar al Estado. Aristóteles (s. IV a.C.) decía que la finalidad del Estado era la felicidad de los ciudadanos, y para lograr eso, los políticos y los ciudadanos debían ser virtuosos. Mientras que Mencio (s. IV-III a.C.), siguiendo a su maestro Confucio, sostiene que el gobernante debiera ser una persona benévola y recta, pues con su ejemplo, todos serán benévolos y rectos. “Lo que realmente importa es la benevolencia y la rectitud”, decía. Y tanto Aristóteles como Mencio abogaban por preparar moralmente a los funcionarios públicos. Estas propuestas de moralizar al Estado, si bien no se cumplieron, sirvieron como ideales morales orientadores de la praxis política.
Solo será hasta el naciente realismo político, derivado de una instrumentalización del pensamiento de Maquiavelo y Hobbes, que el moralismo político se convertirá en una máscara, en un instrumento de intereses. Ni servir al pueblo ni servir a Dios será el sentido de la praxis política, sino a intereses de grupos o individuos. Si en la época premoderna el individuo debía servir al Estado, ahora es el Estado el que debe servir al individuo. La instrumentalización del Estado y la separación de las personas reales se da a través de la paulatina burocratización y profesionalización de la política. Nada funciona hoy en el Estado sin técnicos: administradores, economistas, ingenieros, contadores, planificadores, estadistas, para quienes las cifras macro, los datos generales, aparecen como fundamentales en sus decisiones públicas. Las abstracciones son más reales que los propios ciudadanos de carne y hueso. La complejidad de los Estados contemporáneos, sumado a la burocratización, extensión del territorio y tecnificación, hace que pierda el sentido de su existencia: el ciudadano mismo. Y si a esto se suma la dependencia de los Estados de organizamos internacionales, más difícil será el cumplimiento de su promesa.   
¿Y qué hacer entonces? Mencio hablaba de un “gobierno benévolo”, es decir, preocupado en la gente. Así, la moralización del Estado pasa por pensar en los ciudadanos, en las personas que viven, en primer lugar, en sus territorios. No en grupos de personas o en las camarillas de amigos, sino en todas las personas. Por eso, sin recuperar una idea fuerte del Bien Común no podemos pensar en un retorno de la moral a la política. El temor de algunos liberales es que el Estado diseñe lo que es bueno para todos a costa o contra los intereses de algunas personas que tienen sus propias concepciones de lo bueno. Por eso apuesta porque cada uno determine lo bueno para sí, sin intervención estatal. La única manera de responder a esta objeción es mediante una democracia deliberativa, donde el propio ciudadano participe en las direcciones fundamentales del destino del país, decidiendo con otros sobre los bienes fundamentales para vivir y convivir. Un gobierno de expertos tecnócratas (sean políticos profesionales, abogados, economistas o ingenieros) termina perdiendo el sentido humanista del Estado democrático.
Obviamente no se trata de dejar de lado la tecnocracia, se trata de no perder el sentido último de toda actividad pública: el bienestar de los ciudadanos. Un “gobierno benévolo” implica un gobierno que sabe que todo el Estado está sustentado en el pueblo, por lo que debe velar por sus bienes fundamentales. Y ese, a pesar de tantos significados, sigue siendo el significado primigenio de “democracia”.
Sin embargo, ¿no será mejor que no haya Estado? Así, para el anarquismo la esencia misma del Estado es la corrupción. Por lo que debemos dejarlo de lado. Quizá sea así, pero lo cierto es que entre el deseo y la realidad hay un buen trecho. Pues aun las reivindicaciones anarquistas (como las 8 horas) han necesitado del Estado para su confirmación. Lo que sí es importante, desde el reclamo anarquista, es la necesidad que afirmar espacios no estatales para sostener la vida civil, y desde ahí ir decidiendo cuáles son esos bienes más importantes que requerimos para vivir y convivir. Por lo tanto, el Estado tendrá un sentido moral solo a partir de los ciudadanos mismos, que sepamos diseñarlo de esa manera, quitándolo de las manos de mezquinos intereses, que perjudican a la nación. 

domingo, 10 de marzo de 2019

Polo, Miguel: La ética y la filosofía en el salón de clases (10/03/2019)

Publicado originariamente en EL COMERCIO (10/03/2019), Sección Dominicalhttps://elcomercio.pe/eldominical/ensenanza-etica-filosofia-escuela-noticia-615529



EL DOMINICAL
La ética y la filosofía en el salón de clases


10.03.2019 / 09:05 am

Por Miguel Ángel Polo Santillán
Doctor en Filosofía

En la hora de recreo, un grupo de alumnos se burla de un niño de otro salón y le dicen “serrano”. El niño se siente lastimado, pero es acogido por sus amigos que lo apartan del grupo agresor. Luego informan de lo ocurrido al tutor, quien conversa con el niño agredido, con todo el salón y coordina con los otros tutores para intervenir en este caso.

Todo esto es lo que los eticistas llaman “moral vivida”. Sea en el aula, en el patio, en la casa, en la calle, en la sociedad, la moral está en juego diariamente, valorando, juzgando, estimando en términos de bien y mal, justo e injusto, correcto e incorrecto, deseable o no, etc. Sin embargo, ¿solo podemos quedarnos en ese nivel moral?

Todo centro educativo, que se precie de tal, busca moralizar a los estudiantes, es decir, orientarlos acerca de lo que está bien o mal, de lo que es correcto e incorrecto. Y eso es labor de los tutores y de cursos como “Orientación del educando” o “Persona, familia y relaciones humanas”. No obstante, ¿qué puede aportar la ética filosófica a la educación de adolescente? ¿Y para qué?

La ética, como reflexión filosófica, no busca moralizar, sino hacer pensar al alumno, sobre las conductas, las expresiones, las creencias, los sentimientos morales y las normas, presentes en una determinada situación. ¿Cómo hacerlo? Analizando la moral de la época, encontrar su razón de ser o quizá, su carencia de razón, viendo el fundamento de nuestras creencias, normas y valores morales. Esto debido a que la moral, o las morales, de una época adquieren vitalidad cuando pasan por el tamiz de la crítica. Recordemos que mucho de lo que en el pasado era aceptado moralmente, no lo aceptamos ahora, pues la crítica hizo su labor. Esto no significa que la crítica siempre destruya la moral, sino busca renovar su sentido.

Los alumnos adolescentes ya tienen incorporada una moral, sea a través de su familia, amigos, colegio o medios de comunicación. Sin embargo, requieren orientación para pensar críticamente sobre su propia moral, por ejemplo, ¿por qué debo respetar al otro? ¿todas las personas son dignas de respeto? ¿qué significa el respeto? Analizando casos, el alumno puede aclarar sus razones para actuar, sabiendo por qué debe rechazar la discriminación o el racismo. Así, la clase podría ser un espacio de análisis, de pensar sobre sí mismo y sobre el mundo, siguiendo el dictum socrático: “Una vida sin indagación no es digna de ser vivida”.

¿Y esto para qué? La enseñanza de la ética puede tener tres finalidades interrelacionadas: si deseamos vivir en democracia, debemos crear ciudadanos capaces de pensar y dialogar con otros, para tomar decisiones moralmente aceptables. Así, la ética tiene un sentido político. La otra finalidad es personal, pues el individuo requiere herramientas para pensar e ir construyendo racionalmente su propia vida moral. Y ambas finalidades, orientadas por un sentido ético más amplio: aprender a reconocernos como ciudadanos del mundo, responsables por la humanidad y la naturaleza.

TAGS RELACIONADOS:
Educación escolar, Filosofía, Ética, currículo escolar

miércoles, 27 de febrero de 2019

Cuadernos de Ética y Filosofía Política N° 7 (2018) - ASPEFIP

CUADERNOS DE ÉTICA Y FILOSOFÍA POLÍTICA
Revista de la Asociación Peruana de Ética y Filosofía Política (ASPEFIP)
Año 7, N° 7, noviembre de 2018 ISSN 2305-0837


TABLA DE CONTENIDOS
(artículos en pdf)

Presentación (pp. 7-8)

LA FILOSOFÍA CRÍTICA DE FRANZ HINKELAMMERT

Miguel Ángel Polo Santillán

Javier Aldama Pinedo

Ysmael Jesús Ayala Colqui

Daniel Alejandro Castro Figueroa

ARTÍCULOS

Soledad Escalante Beltrán

Arístides Obando Cabezas
Víctor Esteban Peña Tovar

Gonzalo Gamio Gehri

Gustavo Chamorro Hernández

Joan Lara Amat y León

El significado político de la palabra poética en Hannah Arendt (pp. 136-144)
Carlos Quenaya Mendoza

ENTREVISTA

Oscar Martínez

RESEÑAS

Ronald Reyes Loayza

Edwin Rolando Castillo Velarde


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CONSEJO DE LA REVISTA

Cuadernos de Ética y Filosofía Política
Revista de la Asociación Peruana de Ética y Filosofía Política (ASPEFIP)
N° 7 (2018)

DIRECTOR

Miguel Ángel Polo Santillán

COMITÉ EDITORIAL

Christian Córdova Robles
Soledad Escalante Beltrán
Gonzalo Gamio Gehri
Willian Hernández Hurtado
Ricardo Jiménez Palacios
Joan Lara Amat y León
Marlene Montes de Sommer
Miguel Ángel Nación Pantigoso

COMITÉ INTERNACIONAL

Esteban Anchústegui Igartua - Universidad del País Vasco
Antonio Campillo - Universidad de Murcia
Raúl Fornet-Betancourt - Universidad de Aachen
Roberto Gargarella - Universidad Torcuato Di Tella
León Olivé - Universidad Nacional Autónoma de México
Dina Picotti - Universidad Nacional de General Sarmiento

EDITOR
Alejandro Salazar Rodríguez

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso respectivo
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca
Nacional del Perú N° 2016-16911

Se terminó de imprimir en diciembre del 2018 en:
Visual Impress.
Calle Duilio Poggi 852. La Perla Callao.